¿Qué pasa cuando el futuro ya no se diseña en Occidente?

Mientras en Bruselas ajustan tratados que nadie lee y en Washington se debaten identidades sin terminar de entender el rumbo, China ya desplegó su red.
No la digital —esa también— sino la red real: puentes, satélites, trenes, corredores bioceánicos, puertos y memorias culturales que se activan con un apretón de manos, no con un discurso.
La pregunta ya no es si el orden liberal está en crisis.
Es si todavía sirve para explicarnos el mundo.
La civilización occidental —esa alianza imperfecta entre razón griega y moral judeocristiana— ofreció durante siglos un marco operativo potente.
Pero hoy parece más interesada en revisar su pasado que en construir el futuro.
Entre tanto, otros lo están haciendo. Silenciosamente.
Sin pedir permiso. Sin explicar demasiado.
China no debate: ejecuta.
Su infraestructura no busca likes, sino influencia.
Y su modelo no pretende ser deseado, sino usado.
Mientras tanto, América Latina sigue atrapada en lógicas electorales de corto alcance.
Salvo excepciones, seguimos confundiendo institucionalidad con trámite, democracia con parálisis, discurso con posicionamiento.
Y en esa mezcla, Uruguay —con todo su potencial— se diluye como una voz razonable en un salón que ya apagó las luces.
Pero hay otra vía.
Uruguay no necesita peso, necesita función.
Puede operar como un nodo útil entre potencias que no se hablan.
Como un laboratorio de gobernanza técnica.
Como un país donde se puedan probar cosas nuevas sin miedo a que se rompa el sistema.
No para agrandarse, sino para hacerse necesario.
La historia se está reescribiendo con otras plumas.
No con proclamas ideológicas, sino con códigos QR, protocolos de certificación, y rutas que conectan zonas antes vacías.
En ese mapa, el que no se posiciona, desaparece.
No como castigo, sino como omisión.
Uruguay todavía está a tiempo.
Pero ya no basta con parecer confiable.
Hay que serlo, funcionalmente.
Y eso exige rediseño institucional, músculo técnico, diplomacia pragmática y un discurso que no suene a manual.
Si queremos ser parte del siglo XXI, no podemos seguir actuando como si estuviéramos en el XX.
La estrategia no es gritar más fuerte.
Es hacer funcionar lo que otros no logran.
Y eso, todavía, está a nuestro alcance.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll to Top